@yarazai_s
Escritora, periodista y madre. Egresada de la licenciatura en Escritura Creativa y Literatura, Universidad del Claustro de Sor Juana. Formó parte de la Unidad de Investigaciones Periodísticas de Cultura UNAM en 2023 y, actualmente, estudia Ciencias de la Comunicación. Obtuvo el primer lugar en el Premio de Crónica Cultural Festival Cultura UNAM (2022), segundo lugar en la categoría de crónica del concurso Punto de Partida 55 de Literatura UNAM (2024) y una mención honorífica en el Primer Premio Nacional de Periodismo de Salud (2024).
El sonido de una licuadora, de las motocicletas, del secador de manos o de las risas estruendosas en las reuniones con familiares y amigos, son el miedo más grande de mi hija de cuatro años. La contengo cuando esos ruidos la hacen llorar desconsoladamente. A veces me desespero porque por más que le repito que “no pasa nada”, no deja de tener miedo.
Hace unos días, mientras leía Justicia para cinco, una revista publicada por Artículo 19 sobre el Caso Narvarte, dije en voz baja “No puede ser”, mientras pasaba mi mano por el rostro. Mi hija, que estaba sentada a mi lado coloreando a Baby Shark, me preguntó “¿Qué pasa mami?”.
Intenté explicarle que estaba leyendo algo muy feo y, como era de esperarse, inició la cascada de “por qués”. Es que murieron cinco personas. Es que las lastimaron mucho. Es que hay personas a las que no les importa. Es que nadie las estaba cuidando. Es que su papis y sus mamis están tristes porque no van a volver a verlos. Es que nadie sabe quién fue. Es que no podemos hacer nada. “Es que me da miedo que nos pase a nosotros”, dije finalmente.
“Cómo a mí me da miedo la secadora de aire, ¿verdad?”. Le digo que sí, porque se me acabó el ingenio y la paciencia. “No tengas miedo, mami, no pasa nada”. Mientras ella sigue moviendo la crayola amarilla de un lado a otro, se me atora en la garganta un “sí pasa algo”.