Por Tania Rivera

Una princesa extranjera desembarca en la puerta de un sitio extraño conocido como México; tiene que llegar a la capital, así que sigue, como todos los visitantes de sangre azul, el Camino Real. En el trayecto, que durará entre 22 a 35 días según esté soleado o lluvioso, se deleita con la vista. Los verdes prados y valles le parecen pintorescos, muy diferentes a su natal Bélgica, sin embargo aunque todo es nuevo ante sus ojos y por tanto le demanda atención hay algo que le despierta vívido interés: una montaña.

Le llaman Citlaltépetl en la lengua de los habitantes del país, y la princesa está tan encantada con la cima cubierta de nieve que le ordena a su cocinero Josef Tüdös crear un pan que inmortalice la belleza del Pico de Orizaba. Así, dice la leyenda, nació el pambazo, un pan blando, redondo y lleno de harina. Por supuesto que lo que no dice la leyenda, y menos podía esperar la emperatriz Carlota Amelia, es que su invento perduraría en el tiempo y llegaría a congregar, más de cien años después, a centenares de xalapeños en la Festival del pambazo que celebró su sexta edición del 30 de agosto al 01 de septiembre.

Si bien desde el viernes veo fotos en redes sociales mostrando tanto las delicias culinarias como la cantidad bestial de gente que asiste al evento, es hasta el domingo que puedo enrolarme en una clara misión: conseguir un pambazo con las tres B (bueno, bonito y barato). Admito que la misión estuvo a punto de ser abortada sin siquiera comenzar pues llueve desde la mañana, pero los xalapeños hemos aprendido a no cancelar planes por algo tan insignificante como una torrencial lluvia que sea capaz de inundarnos, nos gusta la frescura y el olor de la humedad, por lo que eventualmente termino dirigiéndome al Parque Juárez, lugar en donde se realiza el Festival.

Foto tomada del portal informativo plumaslibres.com.mx

Caminar por el Parque Juárez en domingo siempre es complicado, varias familias salen a dar la vuelta y en la explanada, con frecuencia, se llevan a cabo conciertos, muestras de baile o la ya clásica rutina del payasito de Los Lagos, no obstante, hoy es prácticamente imposible transitar por el Parque. Más de 100 expositores de Xico, Coatepec, Cosautlán, Teocelo, Naolinco y Xalapa tienen sus puestos distribuidos por éste y las personas hacen filas y filas para comprar un pambazo, así que hay mares de gente en dos direcciones: los que están esperando para hacerse de un pambazo y los que ya compraron y buscan salir de la marabunta para comerse su pambazo. “Está mal distribuido”, comenta Luis Pozos, uno de los asistentes a la Feria, “no hay espacios para hacer filas y paso mucho tiempo esperando”, pese a las quejas, Luis dice esto mientras degusta un pambazo de carne a la cubana “¡Está bien rico! La carne se derrite en la boca, pero ¿por qué es verde?”

El color peculiar es parte de la creatividad de los expositores. Mientras observo los puestos entre empujones de la mano de mis hermanos para no perderme, puedo comprobar que todo cabe en un pambazo. Claro que hay sabores comunes, llamemos hasta tradicionales, como jamón, pollo o frijol con chorizo, pero también hay experimentos culinarios que logran atraer la atención de curiosos como: pastor negro, camarón, esquite, chilaquiles, fresas con crema, nogada, chapulines, birria, helado y cucaracha de Madagascar (sí, como dije todo cabe en un pambazo).

Foto tomada del portal informativo eldemocrata.com

Ante tal variedad surge la duda ¿en dónde debería comprar y cuál? Doy otra vuelta al Parque, de fondo la voz de Juan Gabriel hasta que te conocí/ vi la vida con dolor/  no te miento, fui feliz/ pero con muy poco amor… En el Festival también se realizan conciertos con música en vivo, sonó la cumbia, la salsa, los boleros y el danzón, pero no tengo tanta suerte, así que nos toca oír desde una enorme bocina al divo de Juárez (no es queja). Revisando con más atención los puestos veo algunos inspirados en  personajes como Barbie y los pitufos (ya se podrá imaginar su color y contenido) y otros pambazos inspirados en la cocina turca, yucateca y hasta el espurio pambazo chilango cubierto de adobo, que me genera cierta desconfianza como purista de los pambazos.

Las bebidas tampoco faltan, hay aguas frescas, horchata y jamaica, atole, café, champurrado, refresco, limonada. Los expositores gritan intentando engatusarte: “Pásele, pásele, 2 pambazos x 30 pesos”, “¿Qué le damos?”, “4 por $50”, “1 por $35 o 2 por $60”, “2 pambazos y una bebida por $40”, parecen contentos por las ventas, según el regidor del Ayuntamiento de Xalapa, Diego David Florescano Pérez, durante el festival del 2023 pasado se vendieron dos millones de pesos en pambazos, asumo que este año es similar, pues veo a algunos expositores levantando su puesto o esforzándose en vender los últimos pambazos, lo que aumenta la necesidad de elegir pronto.

Finalmente, me detengo con mis hermanos en el centro del Parque. “¿Qué compramos?”. Caen algunas gotitas de lluvia anunciando que tal vez llueva pronto. Doy otra mirada de nuevo a los puestos y observo un letrerito que dice “chilaquiles c/ milanesa $15” y siento que lo he encontrado, el pambazo prometido. Compro uno. Buscamos entonces un lugar para sentarnos, todo está mojado por el reciente aguacero, aunque vemos a varias personas sentadas en los pocos lugares secos comiendo su pambazo, como dije, un poco de agua no es nada. Encontramos un sitio. Me siento. Muerdo mi pambazo. Está bueno, es suave y tiene un relleno considerable, sabría mejor caliente, aunque sé que pido mucho a la vida. Mientras me lleno de harina la cara pienso en que desde el Parque se ve el Pico de Orizaba y puede que la leyenda de Carlota sea falsa, como cualquier leyenda, sin embargo quiero pensar que es verdadera porque hasta el Citlaltépetl cabe en un pambazo.

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