Por Laura Ivonne Martínez Rodríguez

Existen 231 años de distancia entre el ensayo “Sobre la educación de la mujer” de Daniel Defoe y “El espíritu femenino” de Rosario Castellanos donde abordan un tema tan atemporal y fascinante como es la mujer. Aunque en un principio, Defoe me pareció revolucionario, por el hecho de escribir sobre el género femenino en un momento histórico donde en el mundo occidental no era frecuente, sin embargo concluyó que Defoe dedica estas líneas sobre la educación de la mujer para subsanar una carencia personal, ya que no tenía con quien platicar de forma interesante,  de acuerdo a sus últimas líneas “Los hombres ya no son lo suficientemente sabios como en el pasado” Por ello su argumentación sobre las cualidades de las mujeres se benefician con una “Buena” educación impartida u orientada por el género masculino, En esta jerarquización sobre quién debe educar a quien me parece pertinente señalar que coincido con Castellanos, en esta imposición se debe a una envidia ancestral, a la eternidad, ya que la maternidad es una forma de perpetuación mucho más directa, Rosario enumera fácil y simple, no creo que así sea en la praxis pero las registramos, en comparación a las creaciones culturales a las que necesita recurrir el hombre para perpetuar su legado al paso de los años.  

Sobre los roles que plantea Defoe sobre la mujer en su escrito los reduce a la administración del hogar, ser cocineras y esclavas. Olvidó un detalle, el rol que permite la perpetuidad de la especie humana, que es la procreación y la crianza, básicamente dotar de elementos para la supervivencia de esos pequeños seres humanos. En el siglo XVIII Adam Smith (1723-1790) reconoció la relevancia de las actividades desempeñadas en el hogar por las mujeres, principalmente la educación de los hijos (varones por supuesto) quienes debían formarse para ser productivos y aportar a la riqueza de las naciones. En el desempeño de esas funciones se desarrollan habilidades profundas equiparables a otros roles actuales como de dirección o empresariales, que siglos después las mujeres han tomado relevancia y consolidación en el ámbito profesional alternado con los cuidados del hogar.

Y en este sentido sobre los roles en el cuidado del hogar, tuve una discrepancia ideológica, sucedió en la clase de idioma turco. 

Las clases se impartían en un centro de educación para adultos, donde muchas chicas como yo, extranjeras que se habían casado con un ciudadano turco, estábamos en proceso de adaptación y aprendizaje del idioma. En esas clases, la convivencia con personas de varias partes del mundo me hizo más sensible a las situaciones de migrantes y sus causas, pues una minoría eran también refugiados de Siria y Afganistán.

El choque en concreto, radicó en darme cuenta que en países de medio oriente, donde el islam es la religión predominante. El cuidado del hogar, los hijos y los mayores son  actividades femeninas y el marido es totalmente el proveedor. En una plática cotidiana en el descanso, una compañera siria, casada con un turco, expresó su inconformidad del departamento donde vivía, pues quería una casa con jardín para poder hacer asados los fines de semana, una aspiradora Dyson™ y un auto. En cualquier ciudad, una casa con esas características aumenta el precio significativamente; en el contexto turco, todos los productos importados son más caros por los impuestos agregados para no competir con la producción nacional y los autos, por la hiperinflación, están a precios ridículamente altos, comparando el precio de vehículos usados o nuevos hace 5 años, ahora aumentaron su valor más del 300% y contando. 

A mí me sorprendió la naturalidad con la que lo dijo, un poco como “Lo quiero, lo tengo” y las compañeras de Marruecos, Siria, y Túnez, yo era la única “occidental”, aprobaban el hecho sin asombro, con afirmaciones como – sí claro, dile a tu marido, inshala. -sí, tu estas al cuidado de tu hijo, -una familia grande necesita una casa grande (aludiendo a que en un futuro cercano aumentará la familia, actualmente solo tiene un hijo). En ese momento, se me hizo una falta de consideración hacia el marido, y le pregunté cómo iba a aportar a ese plan de vida (esperando una respuesta cómo, trabajaré próximamente, recibiré una herencia o algo así) a lo que respondió que era asunto de su marido, ella está al cuidado de la casa y de su hijo. Ahora, con conocimiento de causa y mis sentimientos en ese momento le daría la razón a Daniel Defoe, cuando dice que, a falta de educación sumado al orgullo, las mujeres son engreídas, fantásticas y ridículas (1719). Pues su proveedor, no es un funcionario, es un trabajador estándar con prestaciones sociales, salario un poco arriba del mínimo, con horario de 8 horas de lunes a sábado. A lo que evoco a Rosario Castellanos cuando dice “La mujer, persigue al hombre, lo engaña con el señuelo de la belleza, de la felicidad y el placer, pero en el fondo trabaja por lo hijos posibles y busca en el hombre al padre, no a la persona” en este caso al proveedor, que le dará la Dyson™, el auto y también la casa, que así sea. 

Algunos de los sentimientos que experimenté en esa plática fueron asombro, intriga, enojo, desconcierto, confusión porque contrasta con mi contexto familiar y social, el cual ha basado su progreso en el trabajo en conjunto, ya que mis papás construyeron la casa donde crecimos con sus trabajos. 

Nuestra infancia y preadolescencia transitó entre grava, arena, varillas, bultos de cemento y metros cuadrados presupuestados; al cuidado de las abuelas y de mi papá, quien tenía el trabajo más flexible en horario, por lo que pudo estar presente en juntas y firmas de boletas. Recuerdo que escogimos el piso para nuestro cuarto con la conciencia de que se pagaría con el dinero de bono que ganó mi mamá en su desempeño anual. Por lo que crecí con ese ejemplo, donde los esfuerzos y sacrificios eran compartidos y amortiguados por todos los miembros de la familia.

Lo que yo no tenía consciente en el momento de esa plática con las compañeras de la clase; es la información sobre el Islam respecto a los roles de los géneros, establecidos hace más de mil años atrás, antes que Deofe, Smith, Castellanos y yo. Donde, de acuerdo con el Corán, establece que la mujer es tan vital para la vida como el hombre, son guardianes uno del otro en una relación de cooperación, nunca dominación. Las mujeres son acreedoras a herencias sin intermediarios, mil trescientos años antes que en Europa se ejerciera. Sus opiniones se toman en consideración y no pueden descartarse por el solo hecho de proceder de su género. (El Corán, 58:1-4; 60:10-12). El deber principal de la mujer es criar y educar a sus hijos, para lo cual la educación es primordial, tiene la obligación moral de buscar conocimiento, cultivar talentos, sobre todo para trasmitir la religión en el hogar por lo que se libera de la responsabilidad de mantener a la familia. Es el hombre quien lo debe hacer; la mujer tiene derecho a trabajar, tener negocios y disfrutar de sus bienes como propiedad exclusiva. Por supuesto que en las sociedades actuales hay matices respecto a la ejecución de estas leyes de vida, pero me quedó la lección de conocer otras formas de pensamiento. Ahora no es mi finalidad polarizar la opinión, ni argumentar cuál será mejor respecto a la otra. Sino mostrar otras formas de pensamiento y de vida, que al igual que lo que aprendí en mi familia son válidas, porque responden a un contexto específico. 

Actualmente la situación en Turquía me recuerda en muchos aspectos a la sociedad mexicana de hace cuarenta o treinta años, donde la inserción de la mujer en las actividades económicas empieza a dejar de ser opcional sino necesaria para el sustento familiar, aunado al aumento de divorcios, la crisis económica y la constante evolución de las sociedades. 

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