Por Tania Rivera

Internet es un lugar hostil. Enfrascarse en las discusiones que ocurren en él no sólo es arriesgado, si no inútil. Por ello, pese a que paso varias horas al día en redes sociales, intento ignorar el odio envenenado que destilan los haters. No obstante, desde hace días en todo el ciberespacio es posible leer el nombre de RoRo Bueno, debido a que ha sido nombrada, sin quererlo, como abanderada del movimiento “Tradwife”, provocando morbosas riñas que apoyan o censuran a la creadora de contenido que hace vídeos cocinando o haciendo regalitos a su novio Pablo, discusiones que ponen como foco una debate irresoluto: ¿cuál es el lugar de la mujer? 

El término “tradwife” proviene del inglés y alude a trad (tradicional) y wife (esposa). Inspirado en la vida idílica antes de los años 50 en Estados Unidos donde la mujer usaba floreados vestidos y hacía pasteles de manzana para consentir a su esposo, este movimiento pretende retomar el arquetipo que tan bien describe Jo March en Mujercitas al referirse a su hermana Beth, mujeres “tímidas y tranquilas, que aguardan sentadas en un rincón hasta que alguien las necesita, que se entregan a los demás con tanta alegría que nadie ve su sacrificio hasta que el pequeño grillo del hogar cesa de chirriar y la dulce y soleada presencia desaparece para dejar tras de sí silencio y oscuridad”.

Por supuesto que Jo March, alterego de su creadora Louisa May Alcott, no ha sido la única en evidenciar cómo las mujeres históricamente hemos sido relegadas a “humildes sombras”, incluso hay un dicho popular que explica perfectamente esta condición, las mujeres “calladitas nos vemos más bonitas”. Al respecto, autoras como la escritora mexicana Rosario Castellanos (1925-1974) reflexiona sobre este tema en su libro Sobre cultura femenina. Más concretamente, en el capítulo “El espíritu femenino” asegura que las mujeres al ser “expulsada del mundo de la cultura, como Eva del Paraíso, no tienen más recurso que portarse bien, es decir, ser insignificantes y pacientes, esconder las uñas como los gatos”. 

Castellanos también se pregunta ¿a qué se debe esta disparidad en oportunidades?, ¿será que existen razones biológicas inherentes a la naturaleza femenina que justifiquen estas desigualdades? El movimiento Tradwife respondería un rotundo sí, convencido de que la fragilidad física de las mujeres las orilla a necesitar ser cuidadas para sobrevivir en el mundo cruel y como una retribución lo mínimo que podrían hacer es cocinar, planchar o limpiar la casa para sus maridos. La autora de Balum Canan, para mi sorpresa, estaría ligeramente de acuerdo con este movimiento (al menos en este texto temprano de su producción literaria), pues para ella, la razón de que la mujer haya aceptado su cruel destino radica en que, contrario a los hombres, no requiere de crear grandes obras que la perpetúen en el tiempo, pues la maternidad lo hace por ellas: 

“La mujer persigue al hombre, lo engaña con el señuelo de la belleza, de la felicidad del placer, pero en el fondo trabaja por los hijos posibles y busca en el hombre no al ser humano sino al macho, no a la persona sino al padre”. 

La explicación que ofrece Castellanos no me satisface, no sólo porque equiparar tener un hijo con escribir un libro es a todas luces un símil imperfecto por la notable disparidad en el esfuerzo tanto físico como mental que implican ambos, sino porque apela a un determinismo caduco que sentencia que las mujeres tenemos implada la necesidad de reproducción, pero entonces ¿a qué se deben las diferencias de oportunidades entre hombres y mujeres? El escritor londinense Daniel Dafoe (1660-1731) ofrece una hipótesis más amable: la educación. 

En su ensayo “La educación de las mujeres” (1719) el escritor conocido por obras como Robinson Crusoe coincide con Castellanos en que al sexo femenino se le han negado el beneficio de la instrucción, provocando la inferioridad que se les achaca y con ello, justificando su expulsión del mundo de la cultura (y en general de cualquier ámbito que no sea el doméstico), tal vez “por temor a que compitan con los hombres en sus mejoras”. 

Ahora, tampoco quiero convertir a Dafoe en paladín del feminismo, en tanto que su interés por la educación de la mujer pareciera enfocarse más en ofrecer un interesante entretenimiento a los hombres y no por los beneficios que significarían estas oportunidades para las mismas mujeres “en ofrecer lo principal, en general, es cultivar la comprensión de este sexo, para que puedan ser capaces de todo tipo de conversación; para que sus partes y juicios, al ser mejorados, puedan ser tan provechosos en su conversación como agradables”. 

Con todo lo anterior parecería que traigo a colación autores para generar más preguntas que ofrecer respuestas, no obstante creo que estas referencias son una rica forma de reflexionar sobre un conflicto que si bien pasaría por resuelto, los movimientos conservadores contemporáneos, como las tradwife, se encargan de problematizar en un afán de retornar a estos modelos de familia que tanto Castellanos como Dafoe no encontraban muy justos. Sirvan pues estas líneas para invitar a la reflexión sobre el papel que las mujeres han tenido y tendrán, por lo menos hasta que como dijo Dafoe, lleguen los felices tiempos en que hombres serán lo suficientemente sabios como para enmendarlo.

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