Por Dunja Sariv
Estas tetas (chichis, senos, pechos, bubis, mamas) se defienden solas cuando han sido señaladas por haberse derrumbado… por haber sucumbido a la tristeza… al dolor… al abandono… cuando la boca experta, hambrienta, sedienta, dejó de estar ahí para darles vida y turgencia…
Se defienden solas cuando en su generosa redondez han sido algunas veces molestamente grandes, pesadas, estorbosas; otras, inexplicablemente duras, dolorosas, pequeñas… o demasiado suaves y frágiles; algunas más, objeto de seducción, pero también de burla.
Se defienden solas cuando recuerdo que me han dado los dos años más sublimes, entrañables y poderosos de mi vida, por ser dadoras de alimento, y sí, también de fantasías… las propias y las ajenas.
Se defienden solas cuando soy consciente del goce y el deleite que es ser portadora de un par de tetas que –como dice Mónica Soto Icaza– “son mucho más que fuente de vida infantil y por supuesto, mucho más que armas de seducción adulta, son también testimonios de miedos superados, de empatía y lucha femenina…”
Se defienden solas cuando pienso en las cifras del INEGI que durante 2021 reportó en México 7 mil 973 muertes por cáncer de mama, de las cuales 99.4% fueron mujeres y 6% hombres.
Por eso, ahorrarse comentarios condescendientes o machistas con relación al aspecto de los pechos creo que podría ayudar a que más personas se quieran a sí mismas y que ese amor y esa ternura les (nos) haga pensar que ese cúmulo de grasa, de tejido glandular, de ligamentos, de lóbulos mamarios, de vasos sanguíneos, de ganglios linfáticos, que ha puesto de cabeza a millones de hombres y mujeres a lo largo de la historia de la humanidad es un privilegio, pero también un compromiso… con nosotras mismas, con los seres que nos rodean y con el mundo.