Daniel Palomino
Es originario de CDMX radicado en el puerto de Veracruz; desde 2008; gestor cultural independiente, enfocado en el arte urbano desde un enfoque de herramienta socia. Escribe y hace collage.

Bendito sea el que olvida, porque a él pertenece el paraíso apuntaba Nietzsche; las ciudades juegan un espacio de suerte de cementerio con los edificios abandonados en ruinas y muchos otros catafixiados por bodegas comerciales que en la memoria del viejo transeúnte que recuerda con anhelo aquello que ya no está.

Supongo que el miedo al olvido, es la carga más pesada que uno puede llevar en el pecho, y no me refiero a que en una o dos generaciones mi nombre se vuelva uno más y mi rostro no figure como dueño de ese fonema, si no a olvidar los pasos recorridos al no reconocer el espacio inexistente en nuestra memoria por la continua metamorfosis urbana del ansiado proceso social dicen las autoridades.

Recordar fechas, rostros, palabras, olores, circunstancias y hasta poder evocar el sentimiento en esa calle, ese parque, esa casa que ya no es tu casa, el café que se convirtió en estacionamiento, pudiera ser una maldición cuando en los mapas mentales se dibujan desteñidas esas fotos de lo que alguna vez fue.

El ya no reconocerse, observar el reflejo del rostro en la ventana de los coches y notar el gesto cambiado con las líneas del tiempo, imitando la demolición de las estructuras de cemento, es síntoma precautorio que nosotros también nos olvidamos en nuestros andares.

Pensar qué será de mis gatos, de mis libros, de mi bici el día que un sismo de escala tu hora llegó, y los cimientos de mis piernas no puedan sostener lo que algunos llaman vida, recordaran quizá los momentos juntos en espacios temporales y geográficos específicos y pasaré a ser más que otra acotación de ¿te acuerdas que aquí hicimos esto?

Entonces me detengo, y pienso que mi más grande miedo es el miedo más humano, más gentil y más puro, pues quien no quiere dejar huella en esta tierra de palabras infinitas.

Y cuando despierto, veo al tipo del espejo y le pregunto – ¿qué de nosotros olvidamos? ¿nos recordamos? 

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