El patinaje artístico es esa expresión que sólo se guarda en el alma, porque no tiene otro hogar. Tiene una casa, sí: el deporte. Pero, ¿es sólo eso? Su mismo nombre lleva la palabra arte impregnada en él, y sus movimientos, la fuerza y delicadeza del ballet. Debido a esto, incluso ha habido quien no lo considera un deporte: el patinaje artístico reducido a escarcha. Pero, por supuesto que lo es. Esta misma disciplina se ha encargado de construir un lago en medio de estas ideas. Entonces, si no pertenece plenamente a ninguno y, a la vez, tiene lo mejor de ambos ¿podría ser considerado cultura?
En ciertos países pienso que sí, porque respetan la disciplina, la promueven y sus patinadores se vuelven rostros populares en sus respectivas naciones y figuras de respeto dentro de la comunidad deportiva; aportan a su cultura. Sin embargo, en otros países, aunque algunos deportistas adquieran un ligero reconocimiento, este deporte no está tan desarrollado. Pero, ¿debería ser cultura incluso en los lugares donde no goza de popularidad? Me parece que sí.
El patinaje artístico es un lugar suspendido entre todos estos términos. Cuando Gabriella Papadakis y Guillaume Cizeron patinan, uno no puede evitar sentirse maravillado, como si el alma y la existencia por fin tuvieran un lugar donde ser abrazados. En ellos, todo se une para ser más que saltos: su mirada, coreografía, vestuario, presencia, técnica y expresión hacen del deporte un arte. Emocionan al público. Tristemente, algunos han perdido eso: esa mezcla entre lo mundano y lo espiritual, entre el deporte y el arte, entre la fuerza física y la emocional. Hoy en día esta disciplina se ha concentrado más en los retos técnicos: de saltos triples ha pasado a cuádruples. Esto es impresionante, pero, al mismo tiempo, hay quienes han perdido la capacidad de mostrar el sentimiento. No quiero decir que los retos cada vez más complejos son la asfixia del arte. Tal vez sea una culpa compartida: los desafíos engrandecidos y el atleta mismo.
También existen los espectáculos de patinaje. ¿De qué manera lo vuelven algo más que un show? Quizá depende de lo que representan: ¿te hace reflexionar o sentir algo? Quizás es el teatro sobre hielo en el que podemos encontrar un poco más de acercamiento a la cultura como la conocemos.
Creo que para que este deporte pueda ser considerado cultura general depende de dos cosas: la primera es el país, qué tanto aprecian en su patria a los patinadores, pero, en ese caso, sólo sería considerado cultura en su nación; la segunda, más importante aún, es cuánto le pone de su ser un patinador a su deporte; además de la destreza, de qué manera lo convierte en arte. Pero, ¿sólo lo que es arte es cultura? ¿El deporte, sea cual sea, es cultura? Si la respuesta es sí, el patinaje artístico, incluso el que ha disminuido su emoción espiritual, es cultura también. Y supongo que sí lo es. Todo deporte carga un pasado y es una expresión del tiempo, de fuerza física y mental, de técnica y de alma. Aun así, no podemos dejar que un deporte artístico se quede sólo en la habilidad física. El arte del patinaje aflora una de sus más hermosas respiraciones en las almas que se atreven a ser más que técnica.