Por Yarazai Simbrón
“Ojalá que no sean esos títeres que son para niños chiquitos”, exclama un chico de aproximadamente 10 años sentado justo atrás de mí. Intuyo que se refiere a aquellas marionetas similares a los osos de peluche. Con justa razón -pienso-, el pequeño asistente reclama ver algo que valga el tiempo y el esfuerzo por salir de casa un domingo temprano.
En la plaza de la Danza del Centro Nacional de las Artes (Cenart), el viento alborota el cabello de los asistentes que llenan la grada delante del escenario, como si este fuese parte del rugido del nahual que aparece al inicio de la obra. El cual, dicho sea de paso, poco tiene que ver con un títere afelpado como el que quizá esperaba ver el niño antes mencionado.
Nahuala es una propuesta escénica para público infantil creada por Astillero Teatro, una compañía con más de 19 años de experiencia. Una narradora, oriunda de Milpa Alta, cuenta la historia de los nahuales y de cómo sus antepasados los conocieron muy de cerca. La anécdota nos transporta, a su vez, a la historia de Yolotzin, una niña que no se viste ni se comporta como tal.
A lo largo de la obra conocemos a la familia de Yolotzin, las tradiciones del lugar donde viven y las dificultades a las que se enfrenta una niña como ella para hacer lo que más le gusta que es jugar futbol y sanar a los demás como lo hace su abuelita.
Nahuala surge como una colaboración entre Astillero Teatro y Teatro Tozkilt, una compañía de mujeres de Milpa Alta. Ambas compañías realizaron una investigación documental para abordar la violencia en contra de las mujeres, una de las problemáticas persistentes en la comunidad de esta zona de la Ciudad de México.
“Uno pensaría que, por tratarse de la ciudad, donde se supone que estamos más avanzados en temas de igualdad de género, el machismo y la violencia intrafamiliar son cosas que ‘ya no pasan tan seguido’, pero no es así”, relata Oswaldo Valdovinos, director escénico de Astillero Teatro.
Aunque este tema puede considerarse ‘fuerte’ para una obra cuyo público objetivo son las y los niños, considera que no se debe subestimar la capacidad de comprensión de los infantes. Además, la obra no busca aleccionarlos, sino compartir con ellos situaciones a las que pueden enfrenarse en un momento determinado.
“A veces se dice o se cree que a los niños hay que protegerlos de situaciones que pueden ser malas y que ‘los pueden traumar’, lo que nosotros intentamos es presentarles situaciones que existen para que ellos piensen cómo pueden enfrentarlo o resolverlo”, explica el director escénico.
Tradicionalmente, un nahual es aquel hombre que se convierte en animal para hacer fechorías, pero también se le considera un hombre de conocimiento y poder. A partir de esta premisa, Astillero Teatro hace énfasis en cómo a las mujeres que tienen la capacidad de curar o de entender el lenguaje de la naturaleza, son asociadas de forma negativa con la brujería, a diferencia de los hombres.
“Las mujeres son curanderas o son brujas, no son nahualas. Yolotzin es una niña que tiene las cualidades para ser una nahuala y es la primera niña en rebelarse para conseguirlo”, detalla el director.
De acuerdo con el director, la figura del nahual y la nahuala son una forma de mostrar que los roles de género no son naturales, sino que se construyen y que es posible cambiarlos.
Al finalizar la obra, se forma una larga fila para tomarse fotografías con Yolotzin, Pancha, Zeferino y Concha, protagonistas de Nahuala. Entre esas personas se encuentra el niño que estuvo sentado detrás de mí, quien está visiblemente emocionado por ver de cerca aquellos títeres que definitivamente no fueron lo que él imaginaba.