Por Tania Rivera
“¿En qué lengua hablan tus dioses y mis dioses?” se pregunta la poeta Judith Santopietro (1983) mientras escarba en las entrañas de Los Andes para extraer algo de la cosmovisión de los pueblos aymaras y quechuas. Esta indagación la lleva a encontrarse con la madre Coqa y su voz se funde con la suya para traer el libro “Tiawanaku. Poemas de la madre Coqa”, que a propósito de su reedición fue presentado en la ciudad de Xalapa en el marco de la 34° Feria Nacional del Libro Infantil y Juvenil 2024, en Veracruz.
En ese sentido, la también editora, originaria de Córdoba, Veracruz, compartió detalles de este recorrido poético que documenta el altiplano peruano-boliviano, focalizando la mirada femenina, pero no de una manera exótico de las mujeres indígenas ni de su lengua, sino desde la genuina fascinación por la naturaleza.
Luego de diez años de ausencia en suelo veracruzano, la autora reflexionó en entrevista acerca de la violencia, la ecopoesía y los procesos de edición, con el deseo de que los lectores se maravillen con la majestuosidad de los picos de Los Andes, cordillera de montañas que no dejan de sorprender aun cuando puedan dar vértigo.
La necesidad de no olvidar la violencia
Judith Santopietro recuerda que el inicio de este poemario se remonta al sexenio de Javier Duarte, donde la violencia en Veracruz se convirtió en el común denominador de la vida cotidiana, una manera de lidiar con el shock del trauma le llevó a emigrar a Sudamérica.
– ¿Por qué justamente Los Andes?, se le pregunta y responde entre risas:
– A veces yo también me lo pregunto. Mira, ya había estado en 2008 y 2009 en la zona de Perú, en el lago Titicaca, en La Paz y Santa Cruz, Bolivia; para esos años (el sexenio Duartista) estaba Evo Morales como presidente de Bolivia, a quien se consideraba el primer presidente indígena de la América Contemporánea. Es ese el contexto en el que quería ver con mis propios ojos qué era lo que estaba sucediendo a nivel de culturas y lenguas, se promovieron muchísimas leyes para protegerlas y también a la naturaleza, por eso fue un choque ver que ese sistema político no funcionaba tan bien como se presentaba hacía afuera, fue un choque necesario para dejar de idealizar al verlos en su justa dimensión humana.
– Digamos que huiste de la violencia, pero allá también te encontraste con otro tipo de violencia y los vestigios de una dictadura, de hecho, en un poema se lee “yo huyo y no huyo porque siempre llevo esta pena adentro” ¿será que no se puede escapar de la violencia?
– Bueno, la violencia siempre ha existido, ahí tenemos las tragedias griegas y latinas, creo que es hasta parte de la condición humana, pero esta violencia que se ha generado en los últimos años en México es terrible y hay que tenerla muy presente en la memoria histórica. Por ejemplo, cuando estaba en Bolivia y cruzaba una avenida central siempre había gente con casas de campaña, mantas y cartas muy grandes que recordaban a los desaparecidos de los años 70 de la dictadura y uno podría decir “han pasado muchos años”, pero la gente no permite que se olvide. Aquí en México también se interviene el espacio público por estos antimonumentos que una y otra vez el estado intenta quitar, borrar, pintar, pero la gente persiste y eso me parece un trabajo que nos hace mucha falta. Entiendo que, por una parte, es desesperanzador, pero por otra tenemos a colectivas, jóvenes y familias reuniéndose para que no olvidemos y mientras sigamos tocando ese punto neurálgico algo tiene que cambiar.
Ecopoesía y la madre Coqa
– El título del libro Tiawanaku. Poemas de la Madre Coqa es muy evocativo y hasta controversial por el estigma que existe hacia la planta de coca, ¿podría contarnos por qué este título y quién es la Madre Coqa?
– Tiawanaku es una ciudad milenaria en el altiplano central, que está relativamente cerca del lago Titicaca, que es el lago más grande del mundo y en esta ciudad convergieron distintas culturas, los tiahuanacotas y luego fueron desapareciendo. Podemos ver vestigios arqueológicos ahí, pero que conviven con el actual pueblo de Tiawanaku y eso me pareció sorprendente. Sobre la madre Coqa, quería que fuera uno de los personajes principales del libro como un elemento de los rituales que son cotidianos en la vida de los pueblos andinos, mientras en la parte del norte global lo vemos como un elemento narcótico, sinónimo de drogas, aquí tiene otro uso. La gente se levanta y se hace un té o la está mascando todo el tiempo porque sirve para el frío, para resistir el hambre y la altura y es porque hay una conexión súper respetuosa de verla como una entidad espiritual que siempre los acompaña. Traté de rendirle ese respeto e ir revelando cómo se usa para restarle esa carga más demoníaca y oscura.
– Esta relación con la naturaleza hace que Tiawanaku pueda ser leído desde la ecopoesía ¿cuál es su relación con este concepto?, ¿le parece adecuado para describir el libro?
-Yo lo platiqué con los editores y me gustó descubrir que podía ser etiquetado ahí, pero esto tiene mucho que ver con un sentido práctico de los engranajes de búsqueda, porque en realidad esto está en la hoja legal que esto es como la ficha para las bibliotecas, siempre tienes que poner estas etiquetas para que a la hora que te busquen encuentren hacía dónde vas, y ahora se está usando “ecopoesía” como concepto de esta poesía que dialoga desde un sentido horizontal entre el hombre y la naturaleza, entonces bueno me pareció una decisión acertada, no lo escribí porque fuera una tendencia. Para mí fue algo más orgánico al estar en ese vaivén entre los temas y lo que iba yo experimentando al escribir.
– Esta es la tercera edición del libro desde la primera en 2014 y la segunda en 2019 ¿qué representó estar inmersa en este proceso de edición?
– Me maravilla porque yo me dedico a la edición, recientemente tuve la oportunidad de editar el libro de Marcela Turatti: “San Fernando viajes a los mecanismos de la impunidad”. Es algo en lo que siempre me debato ¿edito o escribo? (risas). Participar en el proceso de edición me facilita explicar el concepto de mi libro, algo muy distinto a lo que había ocurrido con las ediciones anteriores que me gustan, pero nadie me había preguntado ¿cómo te imaginas el libro? Y yo me lo imagino que, desde el lector, la lectora, tome el libro se imagine un pico muy alto, la nieve y algunos elementos arqueológicos, incluso el sol.
– Es un libro muy curioso, es de una mexicana hablando de Los Andes y editado en Nicaragua ¿qué es lo que hace que un libro pueda ser catalogado de un lugar?
– Me había preguntado muchas veces si puedo ser catalogada como escritora mexicana o poeta mexicana porque a veces no hablo tanto de México si no de mi experiencia en Estados Unidos con migrantes, ahora escribo una novela de personajes que son mujeres migrantes que vivían en la sierra de Guerrero y se dedicaban a la amapola y ahora están en Nueva York creando comunidades. Así que me pregunto: ¿se puede catalogar la literatura mexicana y sus límites geopolíticos o no? (risas) Quién sabe, pero me encanta que haya distintos países que se abordan a través de la edición de un libro.
– ¿En que trabaja actualmente?
– Estoy muy contenta. Estuve colaborando con colectivos de madres en búsqueda con Lucas Avendaño y otra periodista, hicimos talleres y para mí compartir las herramientas, escribir y mostrar cómo funciona la poesía a esta gente que está pasando cosas tan difíciles me parece un principio esperanzador, no ver, no solamente vamos a abocarnos en la búsqueda y en la tragedia sino llevar a estas personas que escriben a otros territorios, de recordar cosas amorosas, gratificantes, entonces trabajo en ese libro, pero ha sido difícil por la investigación. También estoy trabajando en esta novela Amapolas sobre el hielo para mostrar a las mujeres migrantes desde otra perspectiva, una visión más horizontal, amigas me dieron su testimonio y quiero retratarlas en su fortaleza y poder construir más comunidades fuera de México.
– ¿Qué se deberían llevar las personas que lean Tiawanaku?
-Me gustaría que hicieran un viaje a los abismos de estos picos a los que te asomas y te da vértigo pero que también te maravillan, porque hay cosas que yo vi y fueron espectaculares. Por ejemplo, cuando yo vi Chacaltaya uno de los glaciares que están extintos fue increíble ver muchas nervaduras azules a través de los picos y decidí describirlo así, por lo que espero que la gente que lo lea pueda ascender a este pico, porque la poesía también es un registro arqueológico en términos de la crisis climática.