Por Yahir Fragoso
Lolito es la novela que consagra el talento de Ben Brooks, un joven británico cuya obra ha sido traducida a más de quince idiomas a pesar de su corta edad. El título de la obra nos lleva irremediablemente a la cumbre de la pluma de Navokob, con la que no sólo comparte un poco del argumento —Etgar, el protagonista, mantiene una relación en línea con una mujer varios años mayor que él—, sino también el vértigo que provoca a través de sus páginas. Así como Lolita constituyó una crítica feroz al estilo de vida estadounidense y la doble cara de su moralidad, esta novela apunta directamente a la generación millenial y a la ligera (pero increíblemente pesada) sensación de vacuidad que, desde su perspectiva, representa el mundo.
En cuanto a técnica, tanto el lenguaje como el estilo de la prosa corresponde al coming of age: ligera, ágil y sin adornos. Las páginas pasan casi sin que el lector lo note, sin que por esto las palabras pierdan fuerza. Párrafo tras párrafo sentimos la frustración, el enojo y la desorientación de Etgar. Es claro que la novela tendrá un impacto mucho mayor para un adolescente, no obstante, todos nos podemos identificar en ella gracias a que el mundo en el que vivimos no se cansa de hacernos perder el suelo.
Lolito cumple con todo lo que el lector espera al enfrentarse a una novela de este tipo e incluso renueva aquello a lo que los best-seller de las últimas décadas nos han acostumbrado; sí, la novela de Brooks tiene el drama adolescente, pero se nutre del artificio que desde la época de entreguerras impregnaba novelas como El gran Gatsby. Igualmente, como buena obra moderna, sus influencias no sólo son literarias, a lo largo del relato de Etgar casi se puede escuchar de fondo una canción del punk británico.
Quizás el único revés de la novela —y vaya que no es menor— sea la obviedad de la referencia al clásico de Nabokov. Tal vez un título distinto permitiría a los lectores establecer ellos mismos la relación sin poner desde la portada todo el peso de un monstruo literario sobre una nueva obra. Pero a pesar de esto y de que la novela no llega a ser Lolita, tampoco se diluye en su sombra; crece dentro de ella y mantiene su esencia.