Por: Salma Fano
El corazón es un cazador solitario (1940) es la primera novela de la escritora estadounidense Carson McCullers (1917-1967). Sigue la vida de John Singer, un sordomudo al que cuatro personas tratan como si fuera su confidente, pues le cuentan todos sus problemas y sentimientos; en su silencio encuentran respuestas y comprensión.
Primero conocemos a Singer y poco a poco se unen Mick Kelly, Biff Brannon, Jake Blount y el doctor Benedict Mady Copeland. De esta forma, la prosa se vuelve polifónica y, a pesar de estar escrita en tercera persona, parece una plática íntima entre los personajes y el lector. Esta unión consecutiva de voces se asemeja a una estructura musical, lo cual es un guiño personal de la autora, ya que ella fue pianista y un prodigio de la música en general. Estas voces son las más esenciales del libro, porque crean la sonata de la soledad.
De las partes más hermosas de la novela está la manera en que se presenta la música: una salvación, un ideal, un sueño, una memoria, una desilusión y un privilegio. Aunque se hallan sobre todo en las escenas de Mick, las canciones se vuelven parte de la atmósfera y envuelven a todos los personajes. Hay un contraste entre el silencio y la música, representan la dualidad de este mundo, y se encuentran en el cuarto interior de Mick, esa habitación dentro de uno que todos deberían de tener, porque ayuda a sostenernos en la realidad.
Entre los renglones de McCullers se percibe el uso del lenguaje poético, el cual nos transporta a las situaciones más crudas y a los instantes más bellos. Habla sobre temas como la pobreza y la opresión sin perder esa escritura delicada, más no glorifica los problemas, al contrario, muestra su complejidad y sus tristes consecuencias. Da con las palabras exactas para representar lo que quiere y hacernos sentirlo. En sus letras se descubre un firmamento profundo, con todas las perspectivas que eso conlleva: su oscuridad y sofocamiento y su encanto y anhelo.
Hay olor a polvo y sabor a caramelo, caminatas lentas y corazones exaltados, palabras que representan situaciones crueles, y colores grises y rojos que nos sumergen en el bochorno de la costumbre y el resplandor de los sueños. La novela desborda sensaciones.
Al inicio del libro hay atmósferas que poco a poco se vuelven palpables y que muestran la soledad de los personajes. Pero, conforme avanza la historia, también lo hacen las acciones; ya no es sólo ambiente, algo resulta de ese observar y sentir: el movimiento. Cada personaje hace y vive diferentes cosas y, a través de éstas, vemos los claroscuros en cada uno de ellos.
Temas tan importantes como la escasez, la opresión a los trabajadores y la esclavitud se hacen presentes junto con la búsqueda del yo, de la explicación del mundo y de los ideales de igualdad y de justicia. McCullers logra un balance entre mostrar la complejidad de esas cuestiones, las diversas caras de la humanidad y la belleza de su pluma, sin deshacerse nunca del eje de su novela: la soledad. Todo como un guiño a lo gótico sureño.
El libro se divide en tres partes y quizá pudo ser una historia más corta, ya que, por momentos, se siente repetitiva; antes de llegar al final entendemos lo que la autora nos quiere decir, pero insiste en ello a lo largo de la historia. A pesar de esto, vale mucho la pena, porque la escritura es hermosa, las situaciones, devastadoras, y los personajes, entrañables y de gran profundidad psicológica.