‘1984’, George Orwell, Debolsillo, Inglaterra, 1949.
Por L.C.Bornio
¿Y si en lugar de regresar a 1984 estuviésemos yendo hacia allá? En la novela del escritor Ingles George Orwell, 1984, se nos plantea el futuro distópico de un estado totalitario, en el que todo está controlado por medio de ministerios: el de la verdad, la paz, el amor y la abundancia. Cada uno de estos ministerios está encargado de lo contrario a lo que su nombre dice y estos a su vez están dirigidos por una figura omnipresente que es “El gran hermano”. En este futuro la privacidad no existe, mucho menos la libertad, ni siquiera se pueden tener pensamientos de rebelión porque rápidamente son descubiertos y castigados.
Hay varios temas a tomar en cuenta. En primer lugar está el protagonista, Winston, que al principio parece ser un héroe, pero en realidad es bastante “pálido”. No es fácil identificarnos con él porque, siendo esta una novela de ideas, los personajes se convierten en simples vehículos para plantear un punto. Esto, junto con las leyes del nuevo sistema, hace que la primera parte de la novela sea un tanto tediosa, pero realmente vale la pena seguir leyendo porque al final todo cobra sentido.
Otro tema muy presente, aquí y en muchas otras distopías, es la memoria. En esta sociedad hay depósitos de basura donde son incinerados los documentos “peligrosos” para el sistema. Si los recuerdos de un lugar se borran, la gente no va a tener con qué refutar un sistema establecido. Por eso es tan importante saber de dónde venimos, sin ello no tenemos una identidad firme y nos convertimos en lo que los “líderes” quieren que seamos. Eso nos lleva a la represión. En esta novela todo parece tan gris y controlado, que cuando leemos los pensamientos de Winston sobre cómo desea violar a una de las vírgenes, resaltan mucho, igual que los minutos de odio diario en los que la gente se permite un comportamiento totalmente salvaje hacia los rebeldes. Esto nos deja ver el daño que hace la represión y cómo al final siempre desemboca en una explosión.
Una idea bastante interesante es que aquí el vocabulario trata de reducirse lo más posible, entonces algo puede ser bueno, pero ya no puede ser “genial”, más bien es “Plus-bueno”. Esto puede sonar muy tonto, pero si nos ponemos a analizarlo llegamos a la misma conclusión a la que llegó Ludwig Wittgenstein “Los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo”. Si algo logra articularse con palabras, existe. No se puede tener derechos si no se encuentran las palabras adecuadas para reclamarlos. Pero dentro de las clases sociales bajas es complicado llegar a estos racionamientos. En la novela, como en la vida real, las clases sociales se condicionan desde el nacimiento. Uno no decide si nace en una familia pobre o rica, pero el sistema te meterá en la cabeza que si estás abajo es ahí donde debes quedarte.
Y entonces, en un sistema tan rígido, ¿qué ocurre con la sexualidad? En este futuro se ha eliminado el contacto sexual por placer en las clases medias y altas, sólo se comete el acto sexual como un deber de procreación. En cambio, este ámbito en las clases bajas, no le preocupa al gobierno, de hecho, la pornografía está a su alcance, aunque se supone que es prohibida, esto con el objetivo de crear más intriga y consumismo por rebeldía. Es otra forma de controlar al vulgo: mantener sus mentes en entretenimiento barato que los aleje de pensamientos anarquistas.
En general se pierde la privacidad. Todo el tiempo hay alguien no sólo observando las acciones de los individuos, sino también sus pensamientos, e incluso sus sueños. Esta idea no suena tan descabellada para nuestra realidad, con el uso de la tecnología no estamos tan lejos de ser espiados en todo momento.
Pero, ¿cuál es la mejor forma de controlar a una población entera? La respuesta está en el nacionalismo. La historia se desarrolla en Oceanía, que está en guerra con este y aquel continente todo el tiempo. Orwell escribió un ensayo sobre la diferencia entre nacionalismo y patriotismo. Él dice que patriotismo crea identidad, mientras que el nacionalismo se trata de adorar ciegamente a nuestro país de origen, lo cual engendra discriminación y evita que nos demos cuenta de los errores que tenemos como nación.
Otra de las formas de controlar a la prole es por medio de la superstición como en un sistema religioso. Infundir temor e idolatría hacia algo o alguien, como el “Gran hermano”, que es prácticamente el Dios de esta novela. Este sistema ha ayudado a controlar poblaciones enteras desde hace siglos, sin embrago, su eficacia se ha reducido gracias al acceso a la información. Claro que esto no significa que no podemos caer nuevamente en la idolatría hacia una figura de autoridad.
En general, esta es una de las distopías más realistas y cercanas que he leído. Todos lo antes mencionado son situaciones que, de una u otra forma, ya estamos viviendo. La novela es un acierto para abrirle los ojos al lector sobre un posible futuro que aún estamos a tiempo de impedir. Así que leamos más y evitemos llegar a 1984.